MANUEL RIVA / REDACCION LA GACETA
Allá por mayo de 1916 los duendes o fantasmas hacían travesuras cotidianamente y eran noticia. LA GACETA tenía que informar sobre aquellos sucesos que los visitantes del más allá generaban en el de “más acá”. Según el relato, la casa de doña Rita Peregrine, vecina de la zona de Santiago del Estero y avenida Bartolomé Mitre tenía invitados “incorpóreos” pero muy ruidosos, juguetones y hasta con gustos muy mundanos. La crónica señalaba que “se ha producido un nuevo caso de embrujamiento. Duendes o fantasmas sin previo conciliábulo, han hecho irrupción en el solitario chalet donde mora Rita Peregrine de cincuenta y tantos duros abriles, en compañía de su hija Luisa”.
El cronista se esmeró en la descripción de la hija de la dueña de casa, “la niña Luisa –como cariñosamente la llaman sus amigas- está en estado de merecer, pues si bien es cierto que ha pasado ya de los treinta, tiene en cambio un cuerpecito en plena floración de gallardías”. El relato continuaba con la felicidad que reinaba en esa casa y entre madre e hija. Pero como siempre aparece un pero que cambia las cosas. “Viven felices. Es decir vivían, porque desde hace unos días se inició para ambas el martirologio de los duendes”, indicaba la nota que luego relata y describe todos los elementos de una genuina película de terror.
“Piedras que caen sin saberse de dónde, cadenas que se arrastran con peculiar chirrido de ultratumba, maullidos gatunos que espeluznan, chirridos agoreros, carcajadas satánicas; de todo se oye ahora en esa casa”, la historia pone la piel de gallina a los lectores que se atrevieron a seguir adelante con la lectura.
La mujer les narraba a los periodistas de nuestro diario que la habían entrevistado una noche en medio del concierto de eventos terroríficos: “me compré un buen revólver para espantar a los espantos”. De tal manera que Rita consideraba que los eventos “sobrenaturales” no lo eran tanto. Pero no ocurría lo mismo con su hija. “Luisa llora desconsoladamente y en cuanto se inician los ultratumbianos ruidos, corre a encerrarse en su pieza, a elevar plegarias al Altísimo para evitar la prosecución de tales fenómenos”.
Seguir el relato de casi 100 años atrás no tiene desperdicio. “Y lo más original del caso es que tan pronto Luisa cierra la puerta que comunica con la pieza de su señora madre e inicia los rezos, el duende se aleja y los ruidos terminan… para recomenzar en el momento en que doña Rita quiere penetrar en el oratorio de su hija”. Descubrir el enigma fue difícil ya que al aparecer el comisario Paz, así sólo con su apellido y enterado de aquellos antecedentes, se prometió descifrar “el enigma y prender al duende en la primera noche que se presente a perturbar la dulce quietud de ese hogar”. Cosa que no ocurrió de nuevo y los hechos sobrenaturales dejaron de ocurrir.
Eso sí también se pierden en los inconmensurables pliegues del tiempo si la niña Luisa consiguió novio.